viernes, 4 de mayo de 2018

Mis primeros síntomas de embarazo

Descubrí que estaba embarazada el día de Reyes de 2017, tres días antes de la beta que me había programado mi ginecóloga.  No me pude aguantar y me hice un test de embarazo. Miento. Me hice unos cuantos.

Durante la betaespera no noté absolutamente nada que me hiciera sospechar que algo estaba enganchándose en mi útero. Los pocos síntomas que tuve podían ser culpa únicamente de la progesterona que cada día tenía que ponerme. Estuve algo cansada, tenía algo de gases y la tripa bastante hinchada. Pero nada más. Ni dolores, ni pinchazos, ni náuseas.

Fue ya sabiendo que estaba embarazada, al mitad de la semana 5, cuando empecé a notar cosas diferentes a lo que ya había notado antes con el uso de la progesterona.

Comencé notando la tripa tirante además de hinchada. Al principio no era dolor, era tirantez: al andar, al sentarme. Pero con los días empezó a ser un dolor bastante agudo al hacer movimientos. La primera ecografía que me hicieron nos descubrió el por qué de esa molestia: tenía síndrome de hiperestimulación ovárica leve. Había un quiste lúteo de casi 5 centímetros en cada ovario, además de una cantidad considerable de líquido libre en el abdomen y el saco de Douglas (un espacio que queda entre el útero y el intestino grueso. Mi ginecóloga me recomendó evitar cualquier movimiento brusco hasta que se resolviera, beber bastante liquido y controles ecográficos para comprobar que los ovarios continuaban bien.

Pero por lo demás, no había nada, ninguno de esos síntomas de embarazo de película que me dijeran "¡eh, que estás preñada!" y empecé a preocuparme. Quienes lo sabían me preguntaban si sentía alguna náusea matutina, cansancio, mareos, superolfato, megatetas... y al tener que responder que no me entraba la preocupación. ¿Acaso notaba menos de lo que debería? ¿Estaba todo bien ahí dentro?

Esas dudas se disiparon cuando estaba a punto de entrar en la semana 7 de embarazo. Pasé una tarde con mucho malestar, una sensación terrible de tener el estómago llenísimo. Pensé que al ser por la tarde no tenía nada que ver, quizás me había sentado mal algo que comiera, una digestión pesada... si las náuseas son matutinas, ¿no? A la mañana siguiente abrí los ojos, y no me dio tiempo ni a pensarlo, tuve que correr al baño. Pasé toda la mañana vomitando, y ya por la tarde estaba débil, deshidratada, no aguantaba el agua ni a sorbitos. Decidimos ir a urgencias. Un par de bolsas de suero con una pequeña dosis de Primperan después me dijeron que tenía hiperémesis gravídica. Traducción: que iba a vomitar hasta la primera papilla.



No me quedó otra que hacerme amiga del Cariban, esas pastillitas azules para no vomitar (tanto) y que semana a semana van vaciándote la cartera al ritmo de 20 euros la cajita. Y yo tomaba la dosis máxima, 5 al día. A casi un euro la pastilla... mejor no pensarlo.



El cansancio extremo llegó allá por la semana 8. Era capaz de dormirme en una silla. Yo que nunca he sido de siestas, entre las náuseas y el sueño continuo tomé por costumbre el dormir un rato bien entrada la tarde. Total, mejor dormida que soportando la salivación excesiva y la angustia.

Cómo veis,  en mi caso los síntomas de embarazo aparecieron relativamente tarde. Cada cuerpo es un mundo y la cantidad de síntomas no tienen nada que ver con que un embarazo vaya bien.


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