lunes, 19 de febrero de 2018

Nuestra primera betaespera.

Fue a finales de octubre`16 cuando comenzamos el tratamiento con Omifín. Estábamos en lista de espera de FIV de nuestro hospital, la FJD. No era una lista de espera excesivamente larga comparada con la de otros hospitales de Madrid, teníamos la cita para la histerosalpingografía a finales de Noviembre, por lo que nos quedaba tiempo para provocar la regla con progesterona y hacer un ciclo de estimulación ovárica.

Como desde el principio no me habían tomado muy en serio en la Seguridad Social con esto de que no me bajara la regla, y yo me había hecho un seguro privado, fue mi ginecóloga particular quien me propuso este tratamiento, me dio las pautas y me llevó todos los controles. Puesto que mi Hormona Antimulleriana estaba más allá de las nubes (no sé la cifra exacta porque la máquina no medía más que hasta 15 ng/ml) había que empezar con una dosis bajita por riesgo de hiperestimulación.

El ciclo fue genial, sin demasiados efectos secundarios. En los controles se veía crecer un folículo en mi ovario derecho. Cuando alcanzó un tamaño de 18mm la doctora me recomendó controlar con test la ovulación, y el día que marcara el positivo teníamos que mantener relaciones, y a las 48 horas repetir. Tres días después sucedió: ante mis ojos mi primer test de ovulación marcado, no, ¡marcadísimo! 

La betaespera fue dura. Varios acontecimientos fueron sucediéndose, en cascada, acabando con mi alegría por haber conseguido ovular como quien derriba un castillo de naipes. 

Mi mejor amiga me escribió para comunicarme su segundo embarazo. De sopetón la ilusión se convirtió en desánimo. Invadida por la sensación de que nunca lo conseguiría, me salvó el viaje a Londres que semanas atrás habíamos planeado para salir del atolladero.



Allí compré un par de test de embarazo que creí que me darían suerte. Tres días antes de la beta, decido hacerme uno de ellos. La segunda línea azul se marcó, sospechosamente tarde y fuerte. Mi instinto me dijo que ese test no estaba bien. Tecleé en Google la marca del dichoso palito, y pronto aparecieron decenas de entradas en inglés: test defectuosos, falsos positivos, denuncias a la marca... Lo sabía. Aún así, meé en el segundo, y ese odioso palito de plástico decidió hacerme lo mismo que su compañero de caja.

Yo, que me había prometido a mí misma no hacerme ningún test hasta la beta, había picado comprando los peores test de embarazo de todo el Reino Unido, y éstos se habían reído de mí en toda mi cara. Decidí ignorarlos, hacer como si no hubiera pasado nada y estarme quietecita, pero el daño ya estaba hecho. El día antes de la beta estaba ansiosa y con la esperanza bajo cero.

El día de la beta fue un palo. Justo ese día, mi amiga, sí, la que estaba embarazada, llegaba a Madrid y quería verme. Hice de tripas corazón, y después de sacarme sangre fui a comer con ella. Menuda mezcla de sentimientos. Tenía ganas de verla, pero sobre todo deseaba poder alegrarme por su embarazo como me había alegrado con el primero, con el nacimiento de su primera hija a la que adoro. Pero no, esta vez era muy diferente, todo me recordaba que yo no podía conseguirlo igual que las demás. El tufillo de mi esterilidad flotaba sobre nosotras como un nubarrón gris a punto de tronar. 

Por fin colgaron el resultado de mi beta en el portal del laboratorio. Negativo. Era el primero en un tratamiento, pero los dos años de atrás pesaban como una losa. Me enjuagué las lágrimas, y pusimos la mirada en el siguiente paso: la histerosalpingografía. 

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